A pocas semanas de la entrega de
la Agenda Energía y del no rotundo a Hidroaysén, se delinean algunas
condiciones que preocupan. Un par de ellas: el debate, si éste existe, sigue
siendo eléctrico y no de energía y, dos, de no plantearse derechamente el
cambio de reglas de los mercados energéticos los problemas continuarán y se
agudizarán. Sin pretender responder o asumir uno y cada uno de los aspectos
relevados u olvidados por la citada Agenda, queremos exponer nuestras ideas
respecto de algunos de los problemas y desafíos energéticos actuales y futuros
y de paso, opinar sobre dicha Agenda. En este conjunto de artículos abordamos:
el rol de las energías limpias en una supuesta estrategia de desarrollo, el
tema del acceso a la energía y en estricto rigor su creciente costo, la
eficiencia energética mirada desde la economía política, y si “más energía”
fuese la opción, de qué oferta se habla? y finalmente, una breve propuesta de
desarrollo energético en donde ganen todos.
Parte 1: Energías renovables:
¿un tema de porcentajes o de estrategia desarrollo?
Los exitosos casos de países de
la OCDE que en su gran mayoría han cambiado radicalmente la cara de su matriz
energética –no sólo eléctrica- en menos de 20 años dan cuenta que ésta:
obedeció a deliberadas políticas de Estado, subsidios, apoyos financieros y
económicos efectivos, mucha ciencia y tecnología inducida, promoción y estímulo
de nuevos negocios, de estímulo a la competencia en los mercados, de
intervención directa e incluso empresarial del Estado, definición estricta de
planes de transición para el cierre y
abandono de la opción nuclear y del carbón y, last but not least, teniendo
el cambio climático como telón de fondo. Alemania, Dinamarca, Suiza, etc.
tendrán una matriz energética limpia al 2050, NO eléctrica sino energética,
totalmente exenta de hidrocarburos y nuclear. ¿Cuáles son las opciones
adoptadas? Uso eficiente de la energía, nano tecnologías, nuevos materiales,
redes inteligentes, cogeneración, nuevos modelos de distribución de energía,
nuevos modelos de negocios y, evidentemente energías limpias y renovables, en
donde destaca el hidrógeno en el caso del transporte. La lista es tan larga en
los países de la OCDE como corta parecen ser nuestras opciones. Las
consecuencias de tales políticas deliberadas, monitoreables, sectoriales, son
impactantes: creación de centenares de miles de empleos y puestos de trabajo de
calidad, mayor competitividad, disminución de la dependencia y vulnerabilidad
de esas economías, mejoramiento del medio ambiente en toda su extensión (agua,
tierras, aire y recursos naturales), pérdida de valor bursátil de empresas
energéticas convencionales y, por el contrario, aumento del valor de empresas
involucradas en energías limpias. En suma, la mirada ha sido y es, global, holística, eficaz, rentable en el
corto, pero sobre todo en el mediano y largo plazo. Una nueva, completa y total
estrategia de desarrollo. ¿Ellos pueden porque son ricos y nosotros no porque
somos pobres? No. Contamos con recursos naturales en abundancia, se disponen de
recursos financieros y de (ciertos conocimientos) básicos para el desarrollo de
nuestros recursos energéticos, insuficientes pero alcanzan. Subsisten, no
obstante, importante barreras: concentración de mercados, elevadas
rentabilidades para mercados regulados, marcos regulatorios que no premian ni
estimulan la innovación tecnológica, inexistencia de reales apoyos financieros
y económicos con bancos-socios en
emprendimientos de riesgo, etc., pero sobre todo, un Estado poco eficiente y
peor aún sin voluntad real de cambio ni de cambiar las reglas.
Parte 2: ¿y que hay del
acceso a la energía?
Se destaca en la Agenda Energía la siguiente frase: “Si bien el modelo
tuvo resultados en el pasado calzando oferta y demanda…(sic!)” (Agenda Energía,
p.16, Mayo 2014). Las preguntas se agolpan ante una sentencia ambigua y
peligrosa por sus olvidos. ¿Cuál modelo?, ¿resultados malos, buenos, caros,
baratos, contaminantes, limpios? ¿a qué costos? (no a qué precios, esos ya se
conocen). Demasiadas preguntas para complejas y siempre postergadas respuestas.
Lo que se rescata de esa enigmática sentencia es que se olvida que un Chile los
pagó: las familias, la Pyme y sobre todo el medio ambiente. Y lo pagó muy caro.
Veamos cómo: los precios de los derivados del petróleo han aumentado en
promedio 10% al año en los últimos 20 años,
la electricidad en un poco más de 6% y la leña en 4%. Paralelamente, las
rentabilidades en el sector eléctrico superan ampliamente el 20% en promedio en
los últimos 20 años en generación, en distribución (ha sido más de 35% en
algunos años y para algunas de ellas) y transporte o alta tensión. En un
estudio publicado el 2008,
se demostró el profundo impacto del
aumento de tarifas y precios de la energía ejercido entre los años 1996 – 2006
en los presupuestos familiares: en el quintil más pobre, la energía pasó de
contar un 6,8 a casi un 20% y en el quintil más rico pasó del 1,8% al 2%; es
decir, no sólo el acceso a la energía se ha hecho más desigual sino que además
considerando los aumentos nominales de los ingresos de la población chilena en
ese mismo periodo, se demuestra que los precios de las energías se “comieron”
casi todo o buena parte de esos aumentos nominales. Es muy probable que en este
caso suceda lo que en Inglaterra hoy día, en que el aumento en los costos de la
energía en el sector residencial ha hecho aumentar los bancos de alimentación para los ciudadanos pobres, aspecto
“completamente olvidado por las políticas gubernamentales” según ciertas opiniones.
Es muy probable que, dado este ejemplo, los responsables de las políticas
energéticas actuales (si ellas existen) se sientan eximidos porque…no tenemos
bancos de alimentación!
Ni que decir respecto de las ganancias de las quejumbrosas
empresas gaseras y distribuidoras de derivados del petróleo. Dicho sea de paso,
no solo los precios del gas no están regulados, tampoco lo están los precios de
los derivados del petróleo. Cabe la pregunta, una eventual regulación arregla
los problemas de desigualdad, ineficiencia, de elevados precios y de
concentración de mercados? Aparentemente no, dada la experiencia del sector
eléctrico. En suma, todas las empresas energéticas casi sin excepción (salvo
Enap) gozan de una irritante buena salud en desmedro de los presupuestos
familiares, de las Pymes y del medio ambiente. En este ámbito, por último debe
recordarse que más de 30 ciudades del centro- sur de Chile han sido calificadas
de zona latente y/o saturadas por MP 2,5 por leña húmeda. Se escoge lo de leña
pues pese a ser más importante que la electricidad en términos energéticos en
la matriz, nadie hasta el día de hoy, ha asumido este importante reto,
incluyendo la Agenda Energía.
Miguel Márquez, Rolando Miranda,
Hernán Frigolet. Energía e
Inclusión: Impactos del sostenido aumento de los
precios de la energía en los presupuestos familiares. Universidad Austral de Chile; Ministerio Secretaría General de la Presidencia, 2007.
Parte 3: ¿Y porqué no
Negawatts en lugar de Megawatts (o Megajoules)?
I
nsistir en que el dilema no es sólo más energía sino mejor
energía resulta tedioso, pero guste o no, ese es el verdadero intringulis y
desafío de nuestro país. El “más energía”
es y será siempre de corto aliento, provisorio y de dudoso costo. O al menos de
desigual pago, como es el caso del impuesto a los combustibles.
El marco regulatorio actual, ni el eléctrico, ni de derivados
del petróleo ni del gas, rima con eficiencia. Por el contrario se conjuga con
el más vendo más gano, importando
poco en qué se usa la energía. Ello es desde el punto de vista país, social,
económico y ambiental una clara distorsión. No lo es sin embargo desde el punto
de vista de la rentabilidad de las empresas: mientras más venden energía y más
se consume, más ganan. La necesidad de cambiar las reglas de juego en este
ámbito es un imperativo. Por razones ambientales, económicas, financieras y
energéticas, el tema es quién paga ese cambio. Aparentemente podrían ser los
consumidores y el medio ambiente acorde a la Agenda Energía, pues nada se
señala respecto de la necesidad de cambiar las reglas de juego que persisten
desde hace más de 40 años. Nada asegura que la disminución -si así fuere- del
30% en el costo marginal de los precios de la electricidad (generación) llegue
de manera efectiva a los hogares chilenos o a la Pyme. La falta de política
energética se refleja en la obsesión por mitigar los problemas energéticos sólo
con más oferta. Aparentemente, mientras más grandes mejores, no sólo instalando
más Megas, sino también en capacidades de refinación o peor aún importando cada
vez más y necesariamente, contaminando más. Chile consume más energía por
unidad de bien, servicio o producto generado. En lenguaje económico, esto
quiere decir que la intensidad energética se mantiene o en algunos sectores
empeora, esto es insostenible por razones económicas, financieras pero sobre
todo ambientales y de seguridad energética. La competitividad en este ámbito,
está crecientemente amenazada. Por el contrario, las pruebas demuestran lo
conveniente y rentable de usar mejor la energía, aprovechar las posibilidades
de cogeneración de aprovechamiento de vapores, calores, de redes inteligentes,
de generación distribuida en lugar de grandes líneas de transmisión, de fomento
al uso de nuevos y mejores materiales, de estímulo a nuevas y mejores
construcciones y viviendas y de nuevos procesos en la minería en la industria,
en fin, mejorar el uso de la energía y para ello es fundamental adoptar una
mirada distinta, otra, desde la demanda, que permita responder a preguntas
tales como: más energía, para qué y a qué costo? La sola (mención) de la
adopción de una Ley para el Uso Eficiente de la Energía no basta; se requiere
de una fuerte institucionalidad, de correctos y propicios incentivos para el
sector privado, de metas precisas para los grandes consumidores con adecuados y
ágiles instrumentos económicos, tributarios y financieros, entre otros, y
especialmente incorporando el uso eficiente de energía en las tarifas.
Parte 4: ¿y si más
oferta de energía fuese la solución, cuál oferta?
Chile es uno de los países más
vulnerables del orbe y dependientes en términos energéticos acorde a parámetros
de la International Energy Agency (IEA), lógicamente entonces, uno de los
esfuerzos centrales de las políticas gubernamentales debería ser la disminución
de tal condición. Tal propósito y objetivo puede medirse y monitorearse. ¿Qué
propone la Agenda Energía al respecto? Una de las medidas que destaca es la
compra de gas (GN). En el entusiasmo del shale
gas que aparentemente ha revigorizado las reservas probadas mundiales
de GN, la Agenda sugiere que la
instalación de una nueva planta y/o compra de gas es una opción. El argumento
es su bajo precio, a lo que se suma su relativamente rápida instalación y menor
contaminación (45% menos de CO2 que el carbón) en la generación de
electricidad. Pero, en el contexto de una matriz dependiente y vulnerable
como la nuestra, tal opción podrá
aliviar el pago por un tiempo aún cuando, aparentemente también, es más cara
que otras opciones, como el carbón por ejemplo. El hecho es que ni la
dependencia ni el costo de nuestra matriz disminuirá, ni en el mediano ni largo
plazo. El que hoy el precio del GN esté a 6 u 8 US$MMBTU no es garantía que se
mantenga en el tiempo; por el contrario, la tendencia en el largo plazo es su
constante aumento,
no sólo por la vigorosa demanda en sus respectivos mercados y demandas
regionales (es casi un commodity pero
no totalmente) sino por las particularidades de un mercado cuyo precio aparece
ineluctablemente ligado al precio del crudo a nivel internacional y éste,
altamente volátil por definición.
La opción de perfeccionar una política de oferta, basada en energéticos
convencionales, sin una vigorosa política energética que incorpore la demanda,
el largo plazo y el medio ambiente, es una ruta ya ensayada y fracasada. Los
indicadores más significativos así lo demuestran: deterioro en la intensidad
energética, precios de la energía al alza e impacto en presupuestos familiares
y Pymes, pérdida de competitividad, aumento de la contaminación, etc. Se
requiere de una política de oferta que concilie ésta con la eficiencia
energética, con un recambio efectivo de nuestra matriz energética. Para que
ello suceda no sólo se debe reformular el sistema marginalista y que el Estado
imponga las condiciones en las licitaciones por ejemplo, sino y sobre todo
cambiar las reglas del juego: mejor
usamos la energía más ganamos todos.
Parte 5 y final:
Esquemas en que todos ganen: …win-win-win.
En la energía, como en todo bien
o servicio básico, se deben establecer reglas, mecanismos y fomentar modelos de
negocios en que todos encuentren sus necesidades, retribuciones y pagos: la
gente, el medio ambiente, la Pyme y también las empresas energéticas. Para que
ello suceda, hoy y mañana, las reglas deben cambiar. Las rentabilidades de las
empresas energéticas deben ajustarse a criterios de competitividad, de
crecimiento económico y de imperativos asociados a requerimientos ambientales,
en especial del cambio climático. Al respecto, es imposible no mencionar que a
lo largo de las tres últimas décadas, con sismos o sin ellos, con crisis
económicas o sin ellas, las empresas energéticas han mantenido sus elevadas
rentabilidades. Elevadas rentabilidades comparadas con el resto de la OCDE, del
resto de los sectores económicos nacionales (salvo minero y financiero) y peor
aún, tratándose de concesiones monopólicas o casi. Curioso por decir lo menos.
¿Cómo lo han hecho si no es gracias a un marco regulatorio que las protege y
que a lo largo del tiempo ha consolidado a los regulados (en el caso de la
electricidad) como rehenes? Algo similar sucede en el caso de los derivados del
petróleo en que, en el caso del impuesto a los combustibles, lo paga el 20% de
la población sin que ello resuelva un problema crónico: la severa dependencia
de combustibles de los cuales carecemos y pagamos cada vez más.
En el caso de la leña los
diagnósticos sobran como señala el Ministro Pacheco. Se requiere políticas de
Estado basado en cuatro medidas claves pero no únicas: acondicionamiento
térmico de las viviendas, secado de leña, recambio acelerado de artefactos,
promoción de nuevas tecnologías para el aprovechamiento de calores y vapores.
La implantación de estas medidas, permitiría resolver el acceso a la
calefacción desde la VI a las XI Regiones de manera eficiente pero también a
precios adecuados y con cuidado a la calidad del aire y los recursos
forestales. Pero también podría permitir la mantención de importantes fuentes
de ingresos de decenas de miles pequeños productores y distribuidores. ¿La
condición? Que el Estado asuma cabalmente su rol en política pública,
combinando adecuadamente las medidas de mercado y regulatorias, específicas
región por región y por territorio.
El común denominador a los
esquemas de gestión de la energía en que todos ganen, pero de manera razonable,
es el estímulo a la innovación y el cambio tecnológico pero sobre todo el
cambio de las reglas del juego lo que asegurará el suministro de energía a
costos razonables, accesibles para todos y base de la competitividad nacional.
Hoy, la innovación, está asociada a las grandes empresas y las actividades de
Investigación y Desarrollo (I&D) son en su gran mayoría funcionales a
objetivos de rentabilidad y de mercado. ¿Porqué habrían de arriesgar si tienen
(su) rentabilidad asegurada? En el plural se incluye no sólo a las empresas
energéticas sino también a los bancos o instituciones financieras de primer y
segundo piso.
Se requiere de una estrategia de
desarrollo energética nacional que apunte a la innovación y al cambio
tecnológico en sus mercados. Que (se) proponga metas monitoreables, anuales,
que llene el vacío de instrumentos
impositivos, financieros y económicos de hoy día y que favorezcan y premien el
cambio tecnológico; reformular CORFO, cuyo balance en el ámbito en la energía
pareciera ser más bien magro a juzgar por el rol de este organismo en la
promoción de las ERNC y de la Eficiencia Energética (EE).
En suma, valoramos las señales
entregadas por el Ministro de Energía respecto el rol del Estado, el
reodenamiento territorial y el diálogo establecido en torno a una estrategia
energética, no obstante sostenemos que el sector energético requiere un cambio
en las reglas de juego lo que implica
una mirada distinta a la implícitamente asumida por la Agenda Energía. De no
hacerlo, esta Agenda estará condenará al olvido al igual que otra buena decena
de agendas presentadas a lo largo de décadas pasadas. Es muy probable que
además de las reglas del juego se requiera incluso cambiar a buena parte de los
responsables y hacedores de políticas energéticas (los mismos de siempre) que
insisten en las mismas medidas limitadas y fracasadas pero rentables para unos
pocos.